Soundtrack: Angels will raise- Twisted Jukebox
Instituto nuevo. Primer día. Entré mirando fijamente mis pies enfundados en unas Converse negras de las que jamás me separaba, deseando fervientemente salir corriendo de allí.
No se me daban bien las relaciones sociales-más bien no se me daban, punto-.
Cuando tenía que hablar con alguien, la boca se me secaba, sentía el pulso en las sienes y soltaba lo primero que se me venía a la mente (lo que solía ser alguna contestación cortante). Después me sentía mal, sí, pero no quería pasar por otro mal rato al disculparme.
En los anteriores institutos no había hecho ninguna amistad, por qué iba a ser diferente en este?
La puerta de clase no me dio en las narices por centímetros y me apresuré a sentarme en cualquier sitio libre, lo suficientemente alejada de la mirada del profesor para evitar así demasiadas preguntas.
En cuanto me bajé la capucha, metí la cabeza en el libro intentando ser invisible, pero, de un momento a otro, sentí unos ojos clavados en mi espalda. Antes siquiera de pensarlo, me di levemente la vuelta y allí estaba:
Unos ojos azabache me miraban con tanta intensidad que parecían atravesarme, haciéndome estremecer. Aparté la vista con rapidez, sintiendo calor en las mejillas.
Cuando el profesor volvió a hablar, haciendo caso omiso a los gritos de mi parte racional preguntándome "Pero qué haces!?", me dediqué a observar a través de las pestañas a aquel muchacho.
Garabateaba en su libreta sin atender al maestro. Aunque de complexión desgarbada, se notaba su espalda musculosa a través de la camiseta negra de manga corta, y los tendones se marcaban en sus brazos cuando movía el bolígrafo sobre el papel.
Su mandíbula era cuadrada, pero no transmitía dureza; sus labios carnosos parecían cincelados en su piel pálida y lisa. Los ojos azabache estaban rodeados por largas pestañas negras y su nariz era recta y perfecta. El pelo oscuro hasta las orejas estaba desordenado -como rebelde que parecía- pero de una forma atractiva.
Aquel muchacho parecía un ángel sacado de algún cuadro neoclásico.
Era tan bello que dolía.
Estaba a punto de ponerme a llorar en mi fuero interno cuando el Adonis levantó la vista, pillándome comiéndomelo con los ojos. Esbozó una sonrisa de superioridad de dientes perfectos y yo aparté la vista con brusquedad, absolutamente avergonzada.
-...-
Nathael era un auténtico estúpido y engreído. Lograba sacarme de mis casillas como nadie y en un tiempo récord, y me ponía más nerviosa con él que con ninguna otra persona.
Sus comentarios seductores me sacaban los colores y me hacían tartamudear, lo que luego provocaba que estuviera toda la tarde gritando en mi casa: "Tierra, trágame!", "Soy imbécil. Incluso más que él!" y esas cosas.
No entendía por qué había cogido fijación conmigo, teniendo a la mitad del instituto detrás de él como labradoras o chihuahuas.
Pero lo que más me agriaba el humor era el hecho de que el cruel destino -que jamás había sido benevolente conmigo, por otra parte-, había hecho que me enamorara. Sí, de Nathael.
De aquel Adonis que me hacía tener pensamientos homicidas. De aquel que me había besado por sorpresa en el pasillo (llevándose como recuerdo una bofetada, por cierto).
Sí. De él. De mi polo opuesto. De un estúpido donjuán que estoy segura sólo quería burlarse de mí. Y sabía que me haría daño, mucho daño.
Pero como además de tonta soy masoquista, aquí estoy, buscándolo a las nueve de la noche en una iglesia sin nadie, porque me siento culpable por haberle dicho de todo hoy.
Resollando, lo encontré delante del altar, de espaldas a mí. Tragué una gran bocanada de aire para armarme de valor, pero las palabras se me quedaron pegadas a la garganta.
Un rayo de luz entró con potencia a través de las cristaleras e impactó contra su pecho, donde se encontraba su corazón.
Su cabello y sus ropas comenzaron a a ondear como si una ráfaga de viento lo estuviera atravesando. Estiro los brazos, cual crucificado y un halo de luz lo rodeó.
Minutos después bajó los brazos...
Y un par de esplendorosas alas negras del mismo color de sus ojos, nacieron de sus omóplatos. Suaves, grandiosas, celestiales.
La tela de la camiseta cayó en el suelo de piedra, hecha jirones.
-Oh Dios mío...- fue lo único que pude susurrar.
Nathael se dio la vuelta, clavándome sus ojos oscuros.
-No, no soy Dios. Aunque comprendo la confusión.- soltó con su tono engreído habitual.- Ah, y haz el favor de no blasfemar.
Ni la impresión de verlo en todo su esplendor, como un ángel de alas negras, ni la visión de sus bien definido torso impidieron que mi sangre comenzara a hervir de rabia.
Entrecerré los ojos, intentando lanzar rayos X por ellos (sin conseguirlo, obviamente).
-Grandísimo imbécil.- escupí.
Una comisura de su labio se alzó, mostrando una sonrisa burlona.
Hola! Ya estoy aquí de nuevo!
Este OS es en realidad lo que se me ocurrió de una novela que es probable que escriba en un futuro.
Espero que os haya gustado ^^
SÓLAMENTE UNA SEMANA PARA QUE SE ESTRENE AMANECER PARTE 2!